En las relaciones afectivas se pelea por quién ocupa el primer lugar en la "agenda" del otro.
Hay celos, hay competencias y hay dolor. ¿Te ha pasado?
Es bien sabido por todos que a nadie le gusta el segundo lugar. Aceptado a regañadientes o en modesto consuelo, esconde la decepción de no haber logrado el primer puesto. Por supuesto que no es lo mismo una competencia deportiva que las relaciones afectivas.
Los vínculos humanos están determinados por cuestiones de "poder" con la finalidad de conseguir la confirmación y el afecto de los demás, una dinámica inconsciente que aprendemos desde la infancia y que tiene como finalidad la individualización y el interjuego saludable con el entorno.
Aceptar la jerarquía que adquieren los vínculos es reconocer al mismo tiempo la importancia y la diferencia de las relaciones. En un contexto familiar, el vínculo con los hijos puede ocupar un lugar sobresaliente (jerarquía) pero no resta importancia a la unión amorosa entre los padres (aceptación de la diferencia relacional). Por lo tanto, dar prioridad a una relación afectiva no ubica en un segundo lugar a otras, sólo señala que son distintas formas de afecto y de condiciones relacionales.
Ser "la segunda" es la frase común de las amantes, aquellas que demandan al hombre que está siendo infiel o en vías de separación una rápida decisión que las ubique en un lugar preferencial. Las mujeres que han ganado en autonomía son las que menos sufren y es posible que no insistan: aceptan y toleran, demasiado tienen con su propio mundo. La excepción se da cuando estas mismas mujeres han pasado los treinta, quieren tener hijos, y confirman con el paso del tiempo y la falta de respuestas decisivas de su amado, que llegó la hora de ponerse firmes.
Caso contrario ocurre con aquellas mujeres dependientes de los afectos. Ellas exigirán desde el primer momento una presencia y una consideración que las ubique en un primer lugar. Y aunque se realicen en otras áreas (laboral, social, familiar), no será suficiente para colmar la carencia afectiva.